Por fin, hablando con otros que estaban en situación de calle, llegó a la plaza mayor donde encontró a compatriotas suyos.
La situación era verdaderamente lamentable, aquellos compatriotas compartían la triste realidad de la ilegalidad, la falta de trabajo y el hambre que no descansaba de anunciarse.
Pasaron mas de noventa días, aquella mañana era como de rutina, apareció una luz en el túnel, un compatriota le dijo que tenía un trabajo para él, entonces emprendió un viaje rumbo al campo para realizar faenas de limpieza de un sembradío de maíz. Comenzó a echarle ganas hasta que llegó el fin de mes.
Nació la esclavitud para él, aquel buen paisano se convirtió en la peor pesadilla. Comenzó a enumerarle que le debía de la pieza que ocupaba, de la comida, del agua que bebía, un poco más le cobraba del aire que respiraba. Por lo cual el sueldo pactado se vio reducido a poco menos de tres dólares. Increíblemente pasó en esa situación un poco más 36 meses.
Pudo desatar el nudo de esa esclavitud de finales del siglo XX cuando un ciudadano de aquel país, le ofreció trabajo de lavaplatos en un restaurante de la ciudad. No lo dudó ni siquiera un segundo, pues, además, le ofreció una verdadera entrada a ese país: la legalidad.
Ahora después de catorce años, ha regresado al país por un tiempo, con las vacaciones acumuladas.