sábado, 22 de junio de 2013

TIERRA QUE MANA LECHE Y MIEL

Hace cuatro semanas que vengo apoyando los días sábado a un pequeño grupo de jóvenes que se han anotado para fundar la pastoral universitaria en una universidad particular. De hecho no es fácil. Estas personas están muy ocupadas por sus múltiples actividades. Pero aceptamos el reto de buscar los medios para seguir creciendo en número. Hemos comenzado hablando de la Historia de la Salvación. Es el punto de partida para hablar mas de acerca de los libros de la Biblia. Se ha visto a grandes rasgos como el Señor va actuando detrás o delante, -depende de donde se le quiera mirar-, de un pueblo formado a partir de la llamada a Abran. A quien Dios le prometió una tierra que mana leche y miel, y una descendencia más abundante que las estrellas del cielo. Realmente, siempre me ha intrigado esta frase "te daré una tierra que mana leche y miel". En primera instancia me ha parecido una historia rara y pesada de leer, sobre todo porque no se parece en nada a mi experiencia de pueblo. Pasaron muchos años en que yo mismo repetía: Dios le prometió a Abran una tierra que mana leche y miel. Pues, mi experiencia inmediata de pueblo es que en la selva peruana, la tierra donde nací, las plantas crecen sin más en cualquier tierra. Hasta que un día visité esta tierra. En Medio Oriente. Salvo en las orillas del Lago de Galilea y las orillas del río Jordán, se puede notar una relativa abundancia de árboles, más bien bajos, que adornan este inmenso desierto, lleno de arena y rocas en las partes altas. A donde se vaya hay puro desierto, cerros bajos sin verde alguno. En ese poco verde que existe, los hombres de ahora y los de antaño han encontrado una verdadera fuente de vida, es irrefutable. En esas dos franjas del río Jordán, se ven cumplidas la promesa divina de dar a su pueblo una tierra que mana leche y miel. ¿Por qué? Por el sencillo hecho que donde hay verde, las ovejas, las vacas, pueden producir abundante leche, porque comen el suficiente forraje que produce el agua del río Jordán. Y si hay árboles floreciendo, allí las abejas pueden ir a recoger el preciado néctar. Esta es la tierra de Abran, de Moisés, de los jueces, de Samuel, y de todos los personajes bíblicos que recoge la Biblia. No hay otra experiencia. A causa de esto, los persas, los griegos, los romanos y todo imperio que se pueda imaginar han buscado conquistar este pedazo de tierra. Sin agua no hay vida, no hay leche, tampoco miel.